Al son de destemplados atambores, título que da nombre a este blog, es un endecasílabo heroico que debemos al escritor barroco Cristóbal Lozano (1609- 67), un clérigo nacido en Hellín (Albacete) y que llegó a ser capellán de Felipe IV en la Iglesia de los Reyes Nuevos de Toledo.
En su obra Los Reyes nuevos de Toledo, LIBRO QVARTO, CAPITVLO III incluye este verso en un relato ambientado en Hellín en 1567, sobre las vejaciones que los soldados infligían a la población por donde pasaban, en este caso en su marcha hacia Flandes. En un momento dado estalla un conflicto entre ambas partes y los capitanes mandan recoger a los soldados al son de las cajas, llamándolos con los tambores destemplados.
Como podemos leer, los tambores servían para TRANSMITIR ÓRDENES a los soldados. Esta práctica se va a emplear como forma común de transmisiones de ordenanzas en el ejército y milicias, en España desde finales del siglo XV. En esta fecha, 1483 las cajas de guerra y sus toques llegan a España traídas por los mercenarios suizos para la guerra de Granada, contratados por los Reyes Católicos.
Estos tambores del siglo XVI recibían dos nombres indistintamente: atambores o caxas; el primero, atambor, se alterna también con el de tambor, quedando claro sólo por el contexto si es el tambor la persona que lo toca o el instrumento en sí. El Quijote de Cervantes nos sirve de ejemplo sobre nuestra afirmación.
En efecto, en esta época había dos maneras de hacer sonar el tambor: la destemplada y la templada.
Estos tambores a los que se refiere el verso eran cajas cilíndricas redoblantes con dos parches, con bordón de tripa en el inferior y que se tocaban con palillos o baquetas. Tenían una clara función militar en su origen. Eran alargados y su diámetro era inferior en medida a la profundidad de su caja. Sólo a partir de la segunda mitad del XIX se empezarán a construir tambores en los que el diámetro de los parches será mayor que la profundidad de la caja (tambores de caja corta). Las pieles de los tambores eran de cabrito, de pergamino de oveja o incluso de vaca. En este momento de la historia de nuestro instrumento se tensaban las pieles con cuerdas de pita o cáñamo con un ingenioso sistema de templaderas de cuero: al apretar más o menos las pieles hacían que el sonido de estas cambiase, y mucho. Así, si se tensaban las cuerdas con las templaderas, producía un sonido templado, redoblante y brillante, que “encendía el corazón de los soldados”, tal y como dice Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, o española de 1611; por el contrario, si se destensaban las templaderas, el sonido era mucho más grave, al vibrar con más amplitud los parches. El resultado era un toque lúgubre, profundo o estremecedor. A este sonido se refiere Cristóbal Lozano.
En el vídeo adjunto, sonido destemplado. Oímos el toque de A Rebato, originalmente un toque de campanas como transmitir una situación de peligro y que pasó al tambor. Suena una réplica de tambor de 1604, a partir de un original de Juan García de Layos, caxero en Toledo y que se encuentra conservado en la Iglesia de San Félix de Muñoveros (Segovia). En el vídeo se puede ver incluso la vibración en amplitud de ese parche, para producir el “son destemplado”.
En este segundo vídeo escuchamos una comparativa entre el sonido templado y el destemplado. Ambos hacen el mismo toque de ordenanza, tomado de los toques de ordenanzas de la Guardia suiza vaticana, y las diferencias son timbre y carácter son notorias. Ese toque ha pervivido en una tamborada popular, en Hellín, por avatares de la historia que explicaremos en otro artículo.
Con este blog que hoy inauguramos escribiremos e ilustraremos todas esas informaciones, poco conocidas, incluso inéditas, que existen sobre el fascinante mundo del tambor de los siglos XV al XVIII. Tambor que marcó muchas páginas de la historia de España y sus gentes, cuya memoria y praxis llega incluso a muchas manifestaciones populares del siglo XXI, que heredaron estas prácticas con otra funcionalidad muy diferente.